CUESTIÓN DE JUSTICIA


Intensa y emocionante película la que firma el joven director Destin Cretton. Cuestión de justicia es algo más que un drama judicial al uso. Es también una historia dura, basada en hechos reales, con una potente carga crítica sobre tres males endémicos de la sociedad norteamericana: el racismo, las deficiencias y flagrantes injusticias del sistema penitenciario y judicial en lo que respecta a la pena capital, y la propia corrupción policial en determinados estados del país en los que los negros siguen siendo sospechosos habituales por el simple hecho de ser negros.

Michael B. Jordan (estupendo actor que ya dio muestras de su talento en las dos entregas de Creed) interpreta a Bryan Stevenson, un abogado y activista de justicia social que, tras graduarse en Harvard, decidió instalarse en Alabama (uno de los estados más racistas del país) y fundar allí la Iniciativa para la Justicia y la Igualdad, una organización legal sin ánimo de lucro que brinda apoyo legal y gratuito a los presos que no tienen medios económicos o que han sido condenados en juicios cuestionablemente defectuosos o injustos. Stevenson saltó a los medios nacionales tras poner en solfa el proceso judicial de un preso del corredor de la muerte condenado por un asesinato tras una nefasta investigación policial, plagada de inexactitudes, extorsiones y corruptelas varias. El preso es encarnado por otro excelente actor (Jamie Foxx) que brilla con su contundente y emotiva interpretación. Les acompaña en buena sintonía la oscarizada Brie Larson, en un papel algo distinto al que nos tiene acostumbrados.

La película sigue una estructura narrativa clásica del género judicial: las trabas constantes con las que tiene que ir lidiando el abogado en su investigación y preparación del caso, asumiendo los reveses que la parte contraria (apoyada en una escandalosa corrupción) le va poniendo. El caso policial y las cloacas policiales ocupan buena parte de la película, evidentemente. Pero acierta Destin Cretton al desplegar también el lado humano de la historia. La película focaliza mucho en la situación de los presos en el corredor de la muerte, personificando en casos diversos: desde los inocentes injustamente acusados a los arrepentidos de sus crímenes. Sean o no culpables, Cretton retrata muy bien la angustia, la desesperación y también la camaradería de esos hombres que viven cada día sin saber si será el último, a expensas de que, en cualquier momento, les llegue la terrible notificación de la fecha de ejecución de su sentencia.


Es cierto que la película puede adolecer de un marcado maniqueísmo: los condenados son muy buenos y los policías (incluso algunos jueces y fiscales) son absolutamente corruptos. Está claro que Cretton toma partido abiertamente y escribe y dirige su película asumiendo por completo los argumentos del verdadero Stevenson (la película está basada en una novela del propio abogado). Pero, por otro lado, son bien conocidos los problemas raciales y policiales que existen, hoy en día, en muchos estados del sur de Estados Unidos. Alabama no es una excepción y, evidentemente, lo era aún menos hace casi treinta años, cuando sucedieron los hechos. Así que no parece tan increíble esa maniquea realidad que pinta Stevenson. Máxime cuando lleva tres décadas luchando contra las injusticias del sistema penal y sacando a la luz casos tan escandalosos como el que nos ocupa.

La película tiene todos los ingredientes de un buen drama racial y judicial: sacude al espectador haciéndonos empatizar con la verdadera víctima de la historia, que no es otra que el negro inocente y falsamente acusado por el racismo y los intereses políticos de un sheriff y un fiscal general sin escrúpulos.

Rodada con sobriedad, sin demasiados alardes, el filme pone el foco fundamentalmente en la denuncia social y, aunque no ofrece demasiadas sorpresas (al contrario, se ajusta bastante a los tópicos del género) sí resulta conmovedora en varios momentos y, especialmente, en su parte final.

Buena película, estupendos actores.

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Lo mejor: Como en muchos dramas judiciales, el discurso del abogado defensor en el momento clave de la película. No es Pacino en Justicia para todos (1979, Norman Jewison) ni Kevin Costner en J.F.K.: Caso abierto (1991, Oliver Stone), pero no está mal.

Lo peor: El tono combativo y político, aunque es loable, resulta a veces un poco simplista.

Gustará: A los aficionados a los dramas judiciales (yo, por ejemplo).

No gustará: A Donald Trump.

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CALIFICACIÓN: 



Toda la secuencia de la ejecución del preso compañero de McMillian (Foxx) es muy emotiva. En realidad, su historia lo es, porque refleja otra de las grandes críticas de la película y de la organización de Stevenson: la ejecución de enfermos mentales o personas con trastornos graves de desarrollo psíquico.

Por otro lado, en el desenlace de la historia, aunque está muy bien realizado, Cretton pasa demasiado de puntillas por la verdadera estrategia que le dio la victoria a Stevenson y que provocó el cambio de parecer de la fiscalía del estado: el abogado encontró la complicidad de los medios de comunicación que enseguida se pusieron, al igual que gran parte de la sociedad americana, de parte de McMillian al conocer la cantidad de pruebas abrumadoras que había a su favor y que se pasaron por alto en el primer juicio.

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