ADÚ
Segundo largo de Salvador Calvo después de la pasable 1898. Los últimos de Filipinas. En este caso el director madrileño nos ofrece una película dividida en tres historias independientes y paralelas, que transcurren en un marco cercano: la frontera hispanoafricana. Dos de esas historias están relacionadas con la inmigración y la tercera, la que protagonizan Luis Tosar y Anna Castillo, se centra exclusivamente en una complicada relación paternofilial y no tiene apenas conexión temática con las anteriores, salvo la localización geográfica.
Curiosamente, a pesar de que estos dos grandes
actores son, indudablemente, el reclamo principal de la película, es esta
tercera historia la más floja de las tres. Sobre todo porque carece de la trascendencia
y del impacto reflexivo de las otras. Bien interpretada (son dos estrellones de
nuestro cine) y con algún momento emotivo (el desenlace, fundamentalmente), resulta
poco original esa relación entre un padre frío y siempre ausente y una hija nini
que coquetea con las drogas como llamada de atención. No está mal, pero me
parece una historia metida con calzador en el marco social de una película que
parece pensada para sacudir la conciencia del espectador en lo relativo a la
dureza extrema que viven los inmigrantes y refugiados africanos. Luis Tosar es un
cooperante de una ONG animalista, pero podría ser perfectamente un oficinista
de una agencia de seguros de Madrid. Su historia y la de su hija es totalmente
independiente del contexto social que quiere manejar la película, al menos en
las otras dos historias.
La segunda de ellas está basada en la muerte de un refugiado
al tratar de asaltar la valla de Melilla y recibir un golpe por parte de un
guardia civil. Alguien graba el suceso, lo sube a la red y se abre una
investigación que pondrá en entredicho muchas cosas y que perturbará
enormemente a otro de los guardias con el clásico debate moral entre el deber
ético y profesional y el compañerismo (buen trabajo de Álvaro Cervantes). Interesante.
Pero, sin duda, la gran historia de la película es
la que protagoniza Adú, maravillosamente interpretado por el niño Moustapha Oumarou. Adú
vive toda una serie de terribles desgracias y aventuras en su intento de abandonar
Camerún y llegar a España, el paraíso prometido para tantos miles y miles de
niños que sueñan con escapar de la pobreza, la violencia y la muerte. Adú se
enfrenta a todo: a la pérdida de sus seres queridos (la película tiene alguna
de las escenas más tristes y duras que he visto jamás), a las mafias de
traficantes de seres humanos, al hambre, a la extenuación, a la prostitución
infantil, a los depredadores sexuales, al mar como última muralla, a todo. Uno
presencia con rabia y profunda pena cada una de esas vicisitudes. Por momentos,
parece exagerado el periplo de Adú. Pero cuando lees que más de 35.000 niños al
año tratan de escapar de esa miseria, te preguntas cuántos de ellos no lo
consiguen cayendo en alguno de esos peligros a los que se enfrenta Adú. Él es
una metáfora, un símbolo de toda esa desgracia, de todas esas terribles
muertes. El propio Moustapha
Oumarou es un reflejo real del sueño cumplido. Con la expresividad
de sus enormes ojos y su desparpajo se ganó a Salvador
Calvo, consiguiendo así el ansiado pasaporte a Europa.
Algo que muchas decenas de miles de niños no consiguen.
La historia de Adú es áspera, triste y
enternecedora. Solo por ella merece la pena una película que cuenta, además,
con un envoltorio espectacular: estupenda banda sonora de Roque Baños y una
fotografía prodigiosa que contrasta la increíble belleza de África con la
terrible desdicha y crueldad en la que viven millones de sus habitantes. Esa oposición
entre la hermosura del paisaje y el nulo valor de la vida es una de las cosas
que mejor retrata Salvador Calvo en este conmovedor relato de Adú.
Tres historias desiguales en las que destaca un
tremendo retrato humano que podrá resultar algo maniqueo para algunos, pero que
no deja de ser real. Incómodamente real, yo diría. Es verdad que no hay nada
demasiado original en esta película; pero no por ello deja de resultar
impactante lo que ofrece.
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Lo mejor: Cada primer plano del niño. En su mirada se refleja toda la tragedia de África.
Lo peor: Un guion construido (en las tres historias) con demasiados tópicos.
Gustará: A los que todavía se indignan por la miseria humana.
No gustará: A Santiago Abascal
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CALIFICACIÓN: 6
La escena del avión. Posiblemente, lo más fuerte y
triste que he visto en mucho tiempo en una película. El momento de la hermanita
de Adú cayendo del avión es tan impactante que me hizo revolverme de la butaca.
Lo más triste de esa escena es que el niño Adú ni siquiera sabe si su hermana
estaba ya muerta (por congelación) o muere tras la caída. Tampoco sabe qué ha
ocurrido realmente con su madre. Uno lo piensa y que un niño tenga que vivir
con esas dudas, esos pensamientos, resulta insoportable.
Como terrible es también el discurso del guardia civil
que se ha librado gracias al encubrimiento de sus compañeros. Su reflexión
acerca de los inmigrantes es tan nauseabunda como su cobardía al afrontar lo
que ha hecho. Aunque, que conste, no me gusta que se relacione con esa actitud
y esa forma de pensar a la policía o a la guardia civil españolas. No creo, ni
por asomo, que sea un caso significativo. Como me niego a pensar que sea
también habitual el comportamiento de los policías al final de la historia de
Adú, cuando devuelven en frío a su amigo. Esos prejuicios me chirrían bastante
en la película. No digo que no hayan sucedido alguna vez (imagino que sí), pero
no me gusta el tono generalizador de esos desenlaces. Quiero creer que son un
mero recurso dramático basado en hechos tan censurables como excepcionales.
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